miércoles, 1 de diciembre de 2010

VIRIATO

VIRIATO: El último lusitano.

Cuando España aún no era España -ni Portugal, Portugal-, Viriato ya era Viriato. Siglo y medio antes del nacimiento de Cristo, mientras romanos y cartagineses remataban su pugna por el dominio del Mediterráneo, incluyendo a Hispania de forma muy especial, Viriato llegó a dominar militarmente casi toda la Península, desde el valle del Guadalquivir al valle del Ebro. En aquel mosaico de tribus en retirada y entre los dos grandes imperios de la época, el genio militar del último gran jefe de la tribu de los lusitanos consiguió un poder indígena como seguramente no existió antes y no volvió a existir después. Viriato, como Indíbil y Mandonio, es un símbolo de la Iberia que los cronistas romanos retratan en su crepúsculo, mientras la civilización grecolatina, a sangre y fuego, entraba lentamente en la Península



.La novelería romántica ha hecho que Viriato, enemigo de Roma, figure en nuestro panteón imaginario con más méritos que Sertorio, Pompeyo o Julio César. Cuando antaño se enseñaba Historia en píldoras mitológicas, Viriato era «un pastor lusitano». Pero aun en el caso de que alguna vez cuidara ovejas o cabras, fue bastante más que pastor (con ser nobilísima esta profesión) y no un lusitano cualquiera. Cuando el historiador Apiano de Alejandría, en su libro sobre Iberia -VI de su Historia Romana-, cita por primera vez a Viriato, dice: «Aniquiló a numerosos romanos y dio muestra de grandes hazañas».




En realidad, Viriato tuvo en jaque durante varios años a las legiones, les infligió media docena de derrotas humillantes, recorrió, revolvió y casi dominó las dos Hispanias, la ulterior y la Citerior, mató a miles de soldados romanos o aliados y murió de confianza, veneno anterior al de la traición. Puede decirse también que murió por pactar, pero eso no lo acredita como centrista póstumo. Hay sabios que lo consideran sólo un aspirante a reyezuelo cuya ambición tropezó con la implacable Roma, hecho que celebran.



Lo que seguramente ha cautivado la imaginación de las sucesivas generaciones de lectores más o menos celtíberos es su soberbia aparición en los libros de Historia, digna de Don Juan en la Hostería del Laurel. Cuenta Diodoro de Sicilia que un hombre rico llamado Astipas concedió la mano de su hija a un tal Viriato y organizó el ya entonces forzoso banquete nupcial.



Pero el novio no apreció la vajilla de oro que en su honor se exponía, sino que, apoyado en su lanza, soltó un discurso sobre lo poco que valían las riquezas cuando otros -es decir, los romanos- decidían su destino, se negó a lavarse las manos, repartió a su escolta algo de comer, reclamó a la novia, la subió a la grupa de su caballo y partió sin despedirse hacia su guarida en las montañas. Reconózcase la plasticidad de la estampa. Pero su majeza incluía no poca crueldad. Años más tarde, cuando Astipas era voluntario rehén de los romanos, lo reclamó y le cortó el cuello. Es el protomártir de los suegros hispanos.



Viriato pudo nacer en la Sierra de la Estrella, al norte de la Lusitania, que se extendía por la mitad de lo que ahora es Portugal y las tierras limítrofes entre Zamora y Badajoz. Estrabón tenía a los lusitanos por la nación más poderosa entre las ibéricas, pero indudablemente no era la más próspera. El bandidismo endémico muestra una clara dependencia del pillaje como modo de mantenimiento, así como escasez de tierras fértiles para una población que no se bastaba con el pastoreo y recurría a la guerra para alimentarse. Los tributos que probablemente cobraban desde antiguo entre la población de los valles del Guadiana y Guadalquivir les llevaron al enfrentamiento con los romanos cuando éstos empezaron a repartir tierras de la Bética entre sus colonos, sobre todo tras la Segunda Guerra contra Cartago.



Dos caudillos destacaron contra las legiones de Roma: Púnico, que murió en combate, y Césaro, que dominó toda la costa bética, y proyectó lo que luego sería el salto lusitano más audaz aunque sin consecuenccias: el paso del Estrecho. Pero la época heroica y decisiva de la entrecortada historia lusitana llegó cuando el pretor Galba, cuya codicia y crueldad lo precedían, consiguió reunir a los lusitanos alzados, dividirlos en tres grupos para hacerles entrega de tierras, desarmarlos y luego degollar a muchos de ellos y vender al resto como esclavos. Entre los que escaparon de la degollina estaba Viriato, que tras hacerse elegir jefe inició una brillante carrera militar de ocho años. No eran pocos cuando el promedio de edad apenas llegaba entonces a los 30 años.



Cultivó Viriato tres cualidades básicas del guerrillero: el aprovechamiento sistemático del terreno para las emboscadas, la audacia para cambiar el escenario de los combates, gracias a la movilidad de sus tropas, y la capacidad de actuar muy lejos de sus bases de aprovisionamiento, lo cual suponía también mucha mano izquierda para lograr alianzas sobre la marcha y pactos de manutención sobre el terreno. La primera victoria de Viriato fue junto a la ciudad de Tríbola, al sureste del Guadalquivir, donde fingió una retirada que terminó en copo y destrucción de las tropas de Vetilio. Era el año 147 antes de Cristo. Batió entonces la Carpetania, combatiendo incansablemente hacia el Norte y el Este hasta tomar Segóbriga, ciudad clave de lo que hoy es aproximadamente Cuenca. Se retiró entonces al Monte de Venus, cabe la inaccesible fragosidad de Gredos, y desde allí se convirtió en el terror de la Hispania Citerior tras haber dominado la ulterior. Plancio, Unimanio y Nigidio sucedieron a Vetilio en la lista de víctimas viriatenses.



Comienza entonces una lenta e implacable reconquista romana de los territorios perdidos. La liquidación de la guerra de Cartago permitió al Senado allegar más hombres y recursos para luchar contra los insoportables lusitanos, que exhibían además una gran capacidad diplomática con diversas tribus ibéricas como los vettones y otros feroces vecinos. El mérito suele atribuírsele a Viriato, aunque el enemigo común había levado a las tribus peninsulares a una especie de confederación político-militar nada desdeñable.



Lo que no podía el guerrero del Monte de Venus era hacer milagros. En el año 144 a.d.C. los romanos recuperaron el control del valle del Guadalquivir. Algunos historiadores creen que Quinto Fabio Máximo derrotó a Viriato en Bailén, si era ése el lugar de Baecula. Otros lo sitúan en los Arapiles, así que no salimos de la imprecisión evocadora de tantos combates peninsulares trascendentes, siempre en los mismos sitios.



Tras la derrota ante Fabio Máximo, el caudillo lusitano se refugió en Sierra Morena, faltaría más, y desde allí hizo frente a la gran expedición de Serviliano y unos 20.000 soldados. Viriato consiguió batir a las legiones en una sorda guerra de desgaste y mantener hasta el año 142 sus posiciones en torno a lo que hoy es Martos (Jaén), entonces llamado Tucci. Pero Serviliano y Fabio Máximo fueron privándole de sus bases de apoyo y en el 140 tuvo que retirarse a Lusitania. Consiguió rehacerse, que es el sino de todos los grandes generales antes de la derrota definitiva, y vengarse de Serviliano en el campo de batalla. Pero tras la victoria se avino a firmar la paz y ésa fue su ruina.



En una de las diversas treguas que acordaban sin convicción ambas partes desde el año 140 a.d.C., Viriato mató a su suegro, miembro de la clase dirigente lusitana que tal vez había decidido ya el pacto con los romanos. Y finalmente, en el 139 a.d.C., pudo recibir la oferta de ser rey de una Lusitania independiente y aliada de Roma. O tal vez la propuesta fue suya y los romanos fingieron aceptarla; sobre eso no hay acuerdo.



El hecho es que tres de sus enviados, Ditalcón, Audax y Minuro, volvieron del campamento romano con más oro del que llevaban y se lo ganaron apuñalando a Viriato. Cuenta la leyenda que, muerto el héroe, los asesinos volvieron a por lo suyo y los romanos, avarientos, le respondieron: «Roma no paga traidores». La frase es notable pero apócrifa. Los lusitanos no se metían en magnicidios gratis.



Muerto Viriato, sus guerreros le rindieron homenaje cantando himnos, degollando animales y combatiendo por parejas sobre su tumba, fórmula del entierro de primera en aquellos siglos tremendos. Una vez quemado su cadáver en la pira ritual, aventadas sus cenizas y apagado el gran fuego nocturno, los lusitanos no encontraron -tal vez por no quererlo buscar- sucesor para Viriato y fueron entrando en la órbita romana.



Abrían así el camino para la inmediata dominación de los celtíberos de la meseta septentrional, clave estratégica de la península y cuyo último foco de resistencia fue Numancia, que se rindió, en términos menos heroicos de los que cuenta la leyenda, apenas cinco años después de la muerte de Viriato. Por eso puede decirse que con él se extinguió la antigua Iberia y que Hispania, aunque algo chamuscada, entró definitivamente en la Historia. A golpes, sin duda. Pero entró, entró.



Fuente: Segunda republica.com

Servio Sulpicio Galba

(Roma?, c. 190 a.J.C. - c. 135 a.J.C.) General y político romano que participó en las campañas llevadas a cabo en contra de los lusitanos entre los años 151 y 149 a. C. Apenas se dispone de datos biográficos sobre los primeros años de la vida de Galba, aunque lo más probable es que recibiera una educación esmerada, debido a su pertenencia a una noble familia patricia. Inició su instrucción militar tras alcanzar la edad viril, y durante los primeros años ocupó los puestos más bajos del escalafón aunque, como otros jóvenes patricios, recibió un trato privilegiado con respecto al resto de ciudadanos y ascendió rápidamente. Su nombre aparece por primera vez como tribuno militar del ejército de Paulo Emilio, que debió protegerle y aconsejarle en los primeros momentos de su carrera, de los que apenas tenemos testimonio.



A la edad de 38 años, en el año 151 a. C., Galba recibió de manos del Senado el título de pretor. Con la concesión de dicho nombramiento se le entregaba el mando de las legiones instaladas en la provincia Ulterior de Hispania. Galba recibió instrucciones precisas para que se reanudaran las hostilidades en contra de los lusitanos, que se habían rebelado contra la autoridad romana años antes. Todo ello pese a que su antecesor en el cargo, M. Atilio Serrano, había firmado la paz con los insurrectos después de haber efectuado importantes conquistas, como la de Oxthraca (Crato).


Una vez en Hispania, Galba se dirigió a los territorios sobre los que tenía jurisdicción y poco tiempo después inició las campañas contra los lusitanos. Durante sus primeras intervenciones en la Península el general cosechó notables éxitos que aumentaron su prestigio en Roma. Pero poco tiempo después sufrió una grave derrota en la que sucumbieron aproximadamente siete mil de sus hombres, lo cual le obligó a buscar refugio en la actual ciudad de Carmona.




Decidido a recuperar el control de la situación, Galba inició en dicha ciudad la reorganización de su ejército y preparó a sus hombres para atacar nuevamente a los lusitanos. Contó con el apoyo de su colega el pretor de la Citerior, Lucio Licinio Lúculo, quien, tras conocer la situación en la que se encontraba Galba, corrió a prestarle su ayuda. Ambos penetraron nuevamente en territorio lusitano y devastaron todas las regiones que encontraron a su paso, aunque, tras sufrir una nueva derrota, se vieron obligados a negociar.



Galba, que no tenía intención de firmar la paz, era consciente de la situación de extremada pobreza en que vivían la mayoría de los lusitanos, así decidió utilizar su debilidad en provecho propio. En las negociaciones de paz, según el historiador Apiano, Galba se comprometió a entregar tierras fértiles a los lusitanos, quienes, atraídos por tales promesas, decidieron aceptar sus propuestas y abandonaron sus hogares para tomar posesión de las nuevas tierras que el pretor les iba a entregar.



Tras la llegada al punto de encuentro, como prueba de su buena voluntad, lo lusitanos entregaron sus armas, tras lo cual fueron divididos en tres grupos y conducidos a un llano de las proximidades. Llegados a este punto muy pocos sospecharon de las verdaderas intenciones de Galba, quien rápidamente dio orden a sus soldados de liquidar a todos los que allí se encontraban, salvo a un pequeño número al que decidió perdonar la vida con el fin de venderlos como esclavos.



La masacre fue total y fueron muy pocos los que sobrevivieron; según la tradición el propio Viriato, que debía de ser un niño en aquella época, se encontraba entre los supervivientes. Los historiadores romanos se hicieron eco de la extremada crueldad del pretor, aunque discrepan en las cifras totales de muertos: 8.000 según Valerio Máximo y 30.000 según Suetonio. Tras finalizar su mandato en la Hispania Ulterior, Galba regresó a Roma, donde el Senado cuestionó su actuación en tierras lusitanas por considerarla deshonrosa. En el año 149 a. C. se abrió causa judicial contra él.



Valerio Máximo, en su obra Hechos y dichos memorables, se hace eco del proceso y afirma que "Galba había sido vivamente atacado desde lo alto de la tribuna (del Senado) por las arengas de Libón, tribuno de la plebe, porque en su calidad de pretor en España y a pesar de haber empeñado su palabra, había matado a gran número de lusitanos; y Marco Porcio Catón, de edad muy avanzada, había escrito, para apoyar la acción del tribuno, un discurso que luego incluyó en sus Orígenes. El acusado, asumiendo toda la responsabilidad, comenzó, entre lágrimas, a encomendar al pueblo a sus hijos de pequeña edad y al hijo de Galo, su pariente próximo. Esta súplica aplacó a la asamblea; y el que debía ser condenado por una sentencia unánime no tuvo apenas ningún voto en su contra. Así pues aquel juicio fue presidido, no por la equidad, sino por la compasión, puesto que Galba, que no podía esperar la absolución por su inocencia, la obtuvo por la piedad que inspiraron sus hijos".



Hay que señalar que la teoría que mantiene Valerio Máximo no fue la más aceptada entre los historiadores contemporáneos; muchos de ellos afirmaron que gracias al enorme botín que Galba había obtenido en tierras lusitanas pudo ganarse el favor de sus jueces, pagándoles una importante suma de dinero.






A pesar del escándalo, la carrera de Galba continuó con normalidad tras su absolución. En el año 144 a. C., cuando contaba con 45 años, fue elegido cónsul junto con Aurelio Cota, y una vez más intentó regresar a Hispania para hacerse cargo de la guerra que se llevaba a cabo en contra de los lusitanos. Pero parece que la intervención de Escipión Emiliano, que ocupaba el puesto de censor, fue crucial para que éste permaneciera en Roma durante todo su mandato.






Galba permaneció en el Senado hasta la fecha de su muerte y destacó, como afirma el propio Cicerón, por sus cualidades como orador. Se desconoce el lugar exacto donde se produjo su fallecimiento, aunque lo más probable es que muriera en Roma en el año 135 a. C., cuando contaba con 54 años de edad.





Fuente:bibliografiasyvidas.com