Harto conocido es el aprecio en que se tuvo a los guerreros de Iberia en el siglo V a. C. Su excepcional capacidad de adaptación a cualquier tipo de lucha les valió su reputación. Nuestros combatientes eran bravos guerreros a caballo y valientes soldados a pie y por ello fueron apreciados en todo el Mediterráneo, distinguiéndose por su astucia y rapidez en la pelea. Por tales motivos, sirvieron como mercenarios para luchar en Himera (480 a. C.), en Grecia (415 a. C.) y en los ejércitos de Aníbal y los romanos mucho antes de que éstos conquistaran la Península Española.
Guerreros ibéricos que "estaban acostumbrados a trepar por los montes y a saltar entre las rocas armados con sus armas ligeras". Entre estas armas ligeras se encontraba la falcata. Este arma ha sido encontrado algunas veces en ajuares funerarios doblada de tal forma que hace imposible su utilización.
Parece ser que uno de los rituales de enterramiento consistía en inutilizar la espada que había acompañado al guerrero durante su vida y que, a partir de ese momento, le acompañaría en su postrer viaje. Aunque consideremos la falcata como la primera espada española importante por sus características de peso y medida, que hacían de ella el arma ideal para la forma de pelear de aquellos sus usuarios íberos, y por conocerse en ella los primeros adornos de incrustación en armas, no debemos dejar de mencionar otras espadas que convivieron con ella en nuestro suelo, en algunas de las cuales también se pueden apreciar adornos damasquinados con plata y cobre.
Con todo esto, ya ha nacido uno de los oficios artesanos más importantes: el de forjador; y el hombre que lo ejerce va adquiriendo una creciente importancia entre sus semejantes, pues ha conseguido influir en la transformación de materias naturales que maneja y domina a través del fuego, creando herramientas utilísimas y armas mortíferas. Durante milenios, el oficio de herrero estuvo rodeado de gran veneración por el resto de los hombres, admirando en él su poder de manipulación del mineral extraído de las entrañas de la tierra. Hay que recordar también que el primer hierro llegado a algunos pueblos fue el caído del cielo por medio de meteoritos.
Esto provocaría en el hombre tal temor y respeto que rayaría en la adoración de todo lo relacionado con este metal. El oficio de forjador o herrero, uno de los más primitivos, ya está creado, organizado y rodeado de ciertos misterios que son causantes de no pocos respetos. Y esta antigua ocupación en el hombre de manejar los metales, está destinada a ser una de las labores más apasionantes de nuestra vida por lo variadísimo de sus facetas.
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